Cuando hablamos de contaminación solemos pensar primero en el plástico, la basura, o los automóviles, pues es lo que está más a la vista. Sin embargo, nuestra ropa contamina más de lo que imaginamos.
La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta. Es la responsable del 10% de las emisiones de dióxido de carbono a nivel global, más que las que producen todos los vuelos internacionales y el envío marítimo juntos, y del 20% de las aguas residuales; de hecho, para producir 1kg de algodón, lo suficiente tan sólo para unos jeans, se necesitan más de diez mil litros de agua, el equivalente al agua que un humano consume en diez años.
Además de todo el impacto ambiental, en los últimos años empezamos a ver la ropa como algo desechable, algo de usar y tirar. El fast fashion, o moda rápida, está basada en el recambio constante de prendas que se venden a precios muy accesibles, y que incentiva el consumo y descarte continuo sin considerar el impacto ambiental, pero también el social y cultural, que se genera a lo largo del proceso. Este modelo de producción acelerado nos da prendas baratas de tendencias efímeras, causando que su vida útil se acorte un 35%; aproximadamente, la mitad de la producción del fast fashion acaba en la basura en menos de un año. Por todo ello, en 2018 la Organización de las Naciones Unidas declaró una emergencia ambiental en la industria de la moda.
Es entonces cuando el concepto de Slow fashion comienza a tomar fuerza, a pesar de haber surgido una década antes. La moda sostenible, también llamada moda ética, sustentable o slow fashion, es una manera de pensar y hacer la moda desde la conciencia ambiental y social en todas las etapas de la cadena de valor. Propone un cambio de paradigma en la manera en que se produce y comercializa, teniendo en cuenta todos los impactos que un producto tendrá desde el momento en que se diseña, confecciona, comunica, comercializa, usa y se descarta. No se trata de algo meramente ecológico, pues está basada en minimizar el impacto medioambiental sí, pero también en garantizar los derechos laborales e instaurar una economía circular.
A raíz de ello, muchos movimientos ambientales y sociales han hecho que marcas reconocidas cambien su manera de producir e incluso, unirse a un acuerdo en 2019 llamado Fashion Pact, donde 32 compañías de moda buscan combatir los gases de efecto invernadero, instaurar el uso de energía renovable y eliminar los plásticos de un solo uso para 2030.
Quizás pensemos que para ser parte del slow fashion tenemos que llenar nuestro armario de prendas echas con 100% de algodón orgánico o de plástico reciclado del mar, sin embargo, la prenda más sostenible es la que ya tenemos. Reducir nuestro consumo, especialmente de compañías fast fashion, es la clave para que el cambio comience. Reflexiona antes de comprar una prenda y asegúrate de qué estás comprando realmente.
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