El grupo de los siete gobernadores, al parecer también integrantes del BOA, se reunieron sólo para brindarle su apoyo solidario y acrítico a su colega Enrique Alfaro, cuando la comunidad jalisciense y toda la opinión pública nacional lo señalaban por el artero asesinato del joven Giovanni López.
Se incluyen entre las voces de denuncia a notables personalidades de todos los ámbitos, entre otros muchos, al reconocido cineasta jalisciense Guillermo del Toro, acusando la indiferencia del gobernador Enrique Alfaro por aclarar el crimen y hacer justicia inmediata —no olvidemos que ya había transcurrido un mes del reprobable suceso y del susodicho gobernante ni sus luces. ¿Dónde estaba? Sin duda, fuera de la realidad.
Repito. Cuando todos lo condenábamos, sus amigos de cofradía, los gobernadores, salen a defenderlo. Háganme el favor.
Ahora bien, Alfaro, al estallarle la bomba en la mano, con movilizaciones en su contra, sale inmediatamente a engañar, a mentir y a culpar, en el colmo de los colmos, nada menos y nada más que al presidente Andrés Manuel López Obrador.
Claro, evidenciando que su único y deliberado objetivo es el de atacar y diezmar la figura presidencial. Desde luego, el dislate del gobernante jalisciense no podía ser más perverso y repudiable; tanto, tanto, que él mismo tuvo que salir a decir que siempre el mandatario presidencial no era el culpable. Ante ello, el Presidente le ha pedido, sin titubeo alguno, ¡¡que no se disculpe!!: que presente las pruebas de sus dichos. Cosa que, hasta este momento, no ha sucedido.
Aunque no se lo crean. A decir verdad, no le fue tan mal al desdichado gobernador.
No sólo sus coasociados gobernadores salieron en el acto a refrendarle su solidaridad, amén de sus camaradas de partido; también le apareció un intelectual orgánico de lujo, quien sacó de su chistera histórica una aureola para comparar al gobernante en apuros nada menos que con el ilustre liberal Mariano Otero, en un acto de agravio a la memoria del eximio mexicano. Este vergonzante hecho causó irritación nacional, cuando no abundante material para cartonistas, el propio Alfaro, ni por asomo, pudo habérselo imaginado. Muy pronto pudimos enterarnos de que la inusitada comparación no era gratuita: fue en pago a muy jugosos favores recibidos.
Pero terminemos y no le demos vuelta: a Giovani López lo mató el autoritarismo. Aquí les recuerdo parte de un dicho de Alfaro: “…las medidas de aislamiento social tendrán carácter obligatorio, que quien no las cumpla será sancionado, y que la fuerza pública tendrá la encomienda de hacerlas cumplir”.
Y la policía cumplió. Atendió a pie juntillas la encomienda del gobernador: mató a Giovani por no llevar cubrebocas. Ni más ni menos. Esto, claro, lo hizo el gobernador Alfaro en la vía de su rebeldía con la política de prevención trazada por el área de salud federal, que por mandato constitucional le corresponde dictarla en contingencias sanitarias como la del covid-19, véase el artículo 73, Fracción XVI, de nuestra Carta Magna.
En efecto, la actitud del mandatario jalisciense choca con la reglamentación de la Jornada de Sana Distancia, que dice puntualmente: “Todas las medidas deberán ejecutarse respetando estrictamente los derechos humanos y las libertades civiles consagradas por la constitución”. Lo que bien resume el doctor Hugo López-Gatell al señalar que: “Nadie puede invocar justificadamente el uso de las fuerzas de seguridad en pro de la salud”.
Pero las tropelías de Alfaro no terminaron ahí. Se reprimió la manifestación, se detuvo a sesenta jóvenes en carácter de desapariciones forzadas que, según sus testimonios, sufrieron días de terror y graves vejaciones, incluida la amenaza, hecha por los propios policías del gobernador, de entregarlos al crimen organizado.
Todo esto obedece a una delirante alucinación de Enrique Alfaro y la derecha golpista: hacer caer por cualquier medio al Presidente. Sólo porque AMLO les ha quitado sus gravosos privilegios. Nomás por eso.
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